miércoles, 2 de marzo de 2011

A house is a house. A home is a home.



La casa u hogar es un elemento esencial en lo que supone nuestra existencia como individuos sedentarios y sociales que somos. Sin ella, somos parias, deshechos sociales, carecemos de lugar en la comunidad humana. A la gente sin techo se les llama homeless, vagabundos, mendigos. ¿Pero es lo mismo una casa que un hogar? En castellano no solemos diferenciar tanto el significado como en inglés, razón por la cual el título viene en esta lengua. La casa se entiende como continente y el hogar como contenido de la privacidad, el refugio de nuestra intimidad y familia.

¿Qué sensación de perdurabilidad nos pueden ofrecer cuatro paredes cuando precisamente en este momento de la historia hay tan pocas cosas perdurables? La casa es el refugio del frío, el hogar es el calor familiar, aunque una persona viva sola, es un espacio privado que el individuo se construye poco a poco y que va estrechamente ligado a su persona, a su carácter, a su concepción de la vida, un espacio impenetrable, al menos hasta cierto punto, que la persona va montando con el fin de acotar un espacio íntimo dentro de mundo.

En una sociedad donde cada vez se vive más aprisa, cada vez se consume más y pensando menos, el hogar representa uno de los espacios que más inseguridad ofrecen (cuando debería ser al contrario) precisamente por los vertiginosos cambios vividos en los últimos cincuenta años. El ser humano occidental ha sido educado en los valores de la familia nuclear, que viviría de pequeño, y más tarde se supone que tendría que formar él mismo con pareja e hijos propios. Cuando uno tenía una casa solía ser para toda la vida, el lugar para montar el hogar familiar que en muchos casos hasta se terminaba heredando. Los alquileres estaban extendidos, pero desde el punto de vista de alguien que estaba de paso, o para las familias extremadamente pobres, siempre amenazadas por la figura de un casero.

La mujer solía ser en el cien por cien de los casos la responsable del funcionamiento del hogar, mientras que el hombre solía ser el que se ocupaba de los asuntos de puertas para afuera. Por lo tanto la labor de construcción del espacio familiar casi siempre quedaba a cargo de la mujer, por lo que las labores del hogar terminó siendo aquello que ponía tras “Profesión” en los documentos de identidad de las mujeres de antaño: sus labores. Desde luego, se consideraban suyas y nada más que suyas.



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