sábado, 17 de abril de 2010

Experiencia y emoción.



Regresé de mi estancia erasmus el 3 de agosto de 2007. Durante todo el trayecto, no pude dejar de llorar. Cuando llegué a Madrid, me pareció una ciudad extraña y peligrosa, llena de ruido y gente desconocida. Tuve la sensación de que algo bueno debía esperarme, para poder superar toda aquella ausencia. Se me pasó por la mente realizar una obra sobre la ciudad de Venecia, completando así una obra que había realizado allí, llamada “No me olvides”. Pero para mí era tan doloroso el regreso que no pude mover un dedo.
Yo volvía esperando ver a una persona que me había olvidado mientras yo estaba allí. Deseaba con el corazón abierto de par en par volver a encontrarme frente a frente con él, aun sabiendo que él ya no me recordaba, aunque durante los últimos meses yo misma pensara que también le había olvidado.
Aquella persona no estaba en la ciudad, sin embargo me encontré con otra que actuaba de nexo común entre los dos, y me preguntó cómo estaba. Hacía mucho que nadie me preguntaba.
Decidí finalmente quedarme con éste último, olvidando así al primero, aunque algo me decía que probablemente no era más que un parapeto para esconder la verdadera angustia que me producía la ausencia del otro.
En septiembre comencé una relación con esta persona. Una relación llena de subidas y bajadas, que duró cuarenta días.
Tras ese período, una tarde de viernes fue finalizada por él mismo, claudicando con una frase. “Podemos ser amigos”.
Cuando me fue arrebatada, porque así sentí el final, como un verdadero arrebato, no podía creerme que una vez más hubiese llegado un momento de mi vida en el que me gustaría formatear mi memoria y empezar de cero, completamente virgen. No era la primera vez, y aún no sé si será la última. Pero esta vez por lo menos supe que tendría que emplear alguna estrategia para superarlo. Exprimir la experiencia, y exorcizar toda esa memoria que me iba a doler como millones de minúsculos cristales en el corazón. Retorcerlo, darle la vuelta, enfrentarme a ello, pero que el dolor no fuera en balde, y por lo menos, narrarlo con voz tranquila y gesto pausado…
Escuché una frase que nunca hubiera querido escuchar. Podemos ser amigos. Era lo último que quería ser. Amiga suya.
Comenzaba así la historia de este proyecto. Aunque yo entonces aún no lo sabía…
martes, 13 de abril de 2010

Desarrollo y documentación


En un primer momento yo no tenía muy claro el trabajo que quería realizar, aunque desde hacía poco más de un año había empezado a interesarme el tema de la memoria y el olvido. Debido a mi estancia de nueve meses en un país extranjero, comencé a reflexionar sobre el desarraigo que provoca el estar en un lugar donde, como mecanismo de defensa, uno debe construirse lo más rápido posible un mundo nuevo, una existencia sólida que nos permita sentirnos seguros en ese lugar diferente y extraño. Hablar una lengua diferente, conocer los usos y costumbres, los itinerarios, rutas, horarios…saber cómo defenderse ante temas burocráticos, dónde hacer la compra, dónde acudir en caso de peligro, de desamparo, conocer lugares peligrosos donde es mejor no meterse, hacer amigos…todo ese tipo de cosas conforman una rutina que es necesaria en nuestra vida para poder llevar una ordenación de nuestra memoria. Sin la rutina, sin la cotidianidad que tenemos que construir en un lugar nuevo, no podemos ordenar nuestras actividades, y por lo tanto, nuestros recuerdos.

La memoria me interesa desde el punto de vista psicológico en su función de mecanismo de defensa. Se supone que es un concepto construido, y no natural. Nosotros mismos, poseedores de ella, la vamos haciendo poco a poco, y por lo tanto no es real, sino que es manipulada y construida a antojo del usuario. Es decir, nuestros recuerdos funcionan en base a una metodología del aprendizaje, y funciona como parapeto antes traumas. Con una experiencia que no queremos volver a vivir, la memoria nos enseña a “no acercarnos al fuego”. Ante traumas mayores que nuestras emociones no son capaces de soportar, la memoria se bloquea y decide no procesar esa experiencia. Ante datos que no consideramos importantes, la memoria los desecha, dejando así espacio libre para nuevos datos. Este funcionamiento de disco duro es el que configura nuestra capacidad para manejar nuestra vida en base a la experiencia vivida.



| Top ↑ |